Resumen

No hay duda: desde fuera, el palacio Farnese es realmente macizo. Al entrar en el patio, la mole se descompone en una serie de arcos, pórticos y superposiciones que hace que, paradójicamente, se vuelva ligera. Se puede ver la mano de un gran arquitecto, Jacopo Barozzi, apodado Vignola, que entregó a los Farnesio, entre muchas otras intervenciones, un palacio aún más extraordinario en Caprarola, en las tierras de las que la dinastía era oriunda. A pesar de esta elegancia, el palacio de Piacenza no está completo: un modelo arquitectónico expuesto en los museos municipales, en el propio palacio Farnese, permite imaginar cómo debería haber sido. Tampoco puede considerarse afortunado, porque hacia 1730 el ducado de los Farnesio de Parma y Piacenza pasó a manos de los Borbones de España, que muy pronto se convertirían en soberanos de las Dos Sicilias: los muebles y los tesoros artísticos se transfirieron para siempre a Nápoles. Entonces les tocó a los ciudadanos de Piacenza, aunque habría que esperar dos siglos, devolverle su plena dignidad y hacer que el edificio fuera visitable.

Detrás del cuerpo principal se puede reconocer la parte superviviente de la ciudadela de los Visconti, del siglo XIV, de la que el palacio Farnese aparece hoy como una ampliación. No es obra de Vignola, pero sí es igualmente notable, la capilla ducal de finales del siglo XVI, de planta octogonal en su primer piso.