Resumen
Cinco kilómetros de largo, más de cien hectáreas de superficie y unas doscientas tumbas elegantemente pintadas y decoradas, que datan de un periodo comprendido entre los siglos VI y I a. C. Una descripción puramente numérica bastaría para convencer al viajero de visitar la necrópolis de Monterozzi, pero lo que sorprende, además del tamaño del área arqueológica, es la calidad y la importancia de lo encontrado.
A unos metros bajo tierra, se revela en las paredes de las tumbas etruscas una serie sensacional de pinturas murales, fundamentales para los historiadores y los arqueólogos para comprender mejor la identidad y los valores de la civilización etrusca.
Figuras humanas, sonrientes y llenas de emociones, comparten las paredes de la necrópolis de Monterozzi con animales, objetos, decoraciones coloridas y representaciones animadas de la vida cotidiana en Tarquinia. De hecho, en la cultura etrusca, las ciudades de los muertos debían ser un compendio visual de las ciudades de los vivos: la tumba de los leopardos muestra escenas de un banquete y de danza; en las paredes de la tumba de la caza y la pesca, en cambio, aparecen personajes impresionantemente realistas. No obstante, hay decenas de tumbas que cabría mencionar.
Ante tanta belleza, no es de extrañar que la Unesco incluyese en 2004 la necrópolis de Tarquinia y la cercana Cerveteri en la lista del Patrimonio de la Humanidad.