Resumen
Las Cuevas de Castellana tienen orígenes antiquísimos: se formaron hace aproximadamente 90 millones de años, durante el período Cretácico Superior, cuando la zona estaba sumergida bajo un mar primitivo. En ese tiempo, los fondos marinos se enriquecieron con sedimentos compuestos por restos de moluscos y vegetación, que con el paso de los milenios se compactaron, dando lugar a gruesas capas de roca caliza. La acción constante del agua, al infiltrarse en el subsuelo, modeló estas rocas, excavando un intrincado sistema de cuevas y pasadizos a través del fenómeno del karst.
El punto principal de acceso al complejo es la Grave, una espectacular cavidad natural que impresiona por sus dimensiones: aproximadamente 100 metros de largo, 50 de ancho y 60 de profundidad. Desde allí comienza el recorrido turístico, que guía a los visitantes a través de espacios de extraordinaria belleza y fascinación.
Entre las paradas más impresionantes se encuentran:
La Cueva de la Loba, donde una formación rocosa recuerda a la figura de la loba capitolina.
La Cueva de los Monumentos, con estalagmitas que parecen reproducir edificios famosos como el Duomo de Milán o la Torre de Pisa.
El Pasillo de la Serpiente, un estrecho y sinuoso corredor con paredes esculpidas.
La Cueva Blanca, famosa por su extraordinaria luminosidad, debida a la pureza del carbonato de calcio que la recubre, lo que la convierte en una de las cuevas más blancas del mundo.
Durante la visita también se atraviesan espacios con nombres evocadores como Pequeño Paraíso, Cueva de la Lechuza, Pasillo del Desierto y Lagunita de Cristales, cada uno con características únicas que hacen de la experiencia algo inolvidable.