Tarvisio
Tarvisio es una pequeña capital prácticamente fronteriza entre Italia, Austria y Eslovenia con una personalidad montañesa pero muy acogedora. Si bien las fortificaciones que rodean la iglesia pueden evocar siglos pasados no del todo pacíficos, la candidatura para albergar los Juegos Olímpicos de Invierno presentada en los últimos años junto con la austriaca Klagenfurt y la eslovena Kranjska Gora (una tríada de municipios en una sección de los Alpes cárnicos y julianos) deja claro que el clima que se respira aquí es de todo menos bélico.
Desde el punto de vista geográfico, Tarvisio es el centro principal del valle Canale, bajo los montes que llegan hasta los 2754 metros del Jôf di Montasio (nombre que, por otra parte, hace referencia a un notable queso, por no hablar del «speck» y la miel) y a los pasos de montaña cercanos sin aduanas en Coccau hacia Villach y en Fusine hacia Kranjska Gora. Son nombres que aluden sobre todo al turismo de esquí de invierno, pero hoy también al de verano.
Si tienes tiempo, no será una mala idea hacer un esfuerzo para alcanzar, fuera del trazado del carril bici Alpe Adria, los lagos de Fusine y el lago del Predil, todos ellos a solo una docena de kilómetros de Tarvisio, pero a altitudes de unos 700 metros más (no en la misma carretera).
Una vez retomemos la bicicleta desde Tarvisio, nos dirigiremos a Camporosso, en Val Canale, Valbruna y Malborghetto, con su palacio veneciano.
Venzone
En Venzone, a algo más de tres horas pedaleando desde Tarvisio, se encuentra el Tagliamento, el gran río que atraviesa Friuli, cortándolo en dos (tal y como deja entrever su nombre). No es que las aguas del Tagliamento bordeen las casas: el curso queda un poco más abajo.
El paisaje de los picos cárnicos y julianos por encima de los 2000 metros queda más al norte de Venzone, y es aquí donde uno empieza a familiarizarse (afortunadamente ya lejos en el tiempo) con el «Tiere Motus», la serie de aterradores temblores sísmicos que devastaron toda la región entre mayo y septiembre de 1976. El epicentro del seísmo se situó a dos pasos, a más de 1500 metros de altitud, en el monte S. Simeone que domina la ciudad, y dejó sin hogar a casi ciento sesenta mil friulanos. En la actualidad, la exposición «Tiere Motus. Historia de un terremoto y de su gente» se puede visitar en el palacio Orgnani Martina del siglo XVI.
El hecho de que todo, con la recaudación de fondos en todo el país y las subvenciones estatales, se haya reconstruido enérgicamente queda patente en el aspecto tal vez demasiado ordenado de más de ciento cincuenta casas del casco antiguo, reensambladas piedra a piedra. En la jerga técnica, el procedimiento se llama «anastilosis», y se basa en la identificación numérica de cada piedra. Las propias murallas de Venzone, un raro ejemplo en Friuli, han sido reconstruidas con el mismo método.
Lo mismo puede decirse de la catedral de S. Andrea Apostolo, donde incluso los notables frescos interiores se han restaurado gracias a un minucioso trabajo posible gracias a la abundante documentación fotográfica disponible.
Gemona del Friuli
Al sur de Venzone, a media hora alternando entre el carril bici y la carretera provincial, encontramos Gemona, un excelente testimonio de la tenaz resiliencia que los friulanos saben poner en práctica. Los terremotos de 1976 habían reducido a escombros no solo las casas, sino también otros edificios de gran valor histórico y artístico. Sin embargo, si visitas la hermosa catedral de Santa Maria Assunta podrás entrever lo sucedido solo en la inclinación de los pilares y en un Cristo roto en la capilla a la derecha de la entrada, expuesto como recuerdo de todas las personas que perdieron la vida en el orcolat (así es como los friulanos llaman a ese terremoto).
Aquí la memoria es a largo plazo. Dado que Gemona ya se menciona en la Historia Langobardorum escrita en el siglo VIII, es legítimo que cada primer fin de semana de agosto se celebre con las veladas medievales Tempus est jocundum: se dan cita damas y caballeros disfrazados, compañías teatrales, se celebran juegos en la plaza y podrás tratar con comerciantes y artesanos. Incluso mucho más atrás en el tiempo, existen pruebas de la existencia de un «castelliere» en la zona hace más o menos tres mil años, y de un asentamiento celta activo en torno al siglo VI a. C. Después vino el Patriarcado de Aquilea, la República de Venecia, y desde 1866, Italia.
Abandonamos Gemona pedaleando hacia Údine y dejando hacia el lado del Tagliamento Osoppo, originalmente un castrum romano, con su fortaleza.
Údine
Menos de dos horas sobre los pedales (son unos treinta kilómetros) separan Gemona de la pequeña capital del Friul. Sin embargo, Údine no es tan pequeña, al contrario, tiene su grandeza en términos de arte, cursos de agua en el centro y posadas. Una de las regiones más importantes de la enología italiana y mundial, el Collio, está al alcance de la mano y aquí luce su hegemonía.
En Údine te impresionarán especialmente sus desniveles: desde la céntrica Piazza Libertà, lugar de logias, elegantes cafés y dominado por una columna con el león veneciano de san Marcos, discurre el pórtico que, bordeando sinuosamente hermosos edificios históricos, asciende hasta la colina del castillo entre vegetación, historia y panorámicas.
El Museo Diocesano, situado en el palacio arzobispal, merece sin duda una visita. En su interior se puede admirar una estupenda colección de obras procedentes de las parroquias de la diócesis de Údine y la sección dedicada a la escultura en madera, de gran interés. En las salas de exposición, así como en la planta noble, los frescos del siglo XVIII, que el entonces patriarca Dionisio Dolfin pidió al gran pintor Giambattista Tiepolo, te dejarán sin duda con la boca abierta. El museo no ha estado abierto al público durante siglos, como los Uffizi o el Louvre, pero las obras de Giambattista Tiepolo presentes en Údine contribuyen muy bien a explicar por qué su autor es considerado con razón el último de los verdaderos pintores de la historia del arte.
Palmanova
El encanto de Palmanova se aprecia en su totalidad solo desde el cielo o en su plano. Una visita a pie (desde Údine, en bicicleta, se tarda poco más de una hora) revela fortificaciones muy robustas, elegantes puertas de acceso por carretera y una plaza con todo el sabor de la Serenísima. Pero el verdadero punto fuerte es la disposición urbana. A veces considerada como la «ciudad ideal» debido a su perfecta simetría planimétrica, la ciudad fortaleza de Palmanova fue concebida como una máquina de guerra, aunque sea defensiva.
En otros tiempos, estamos hablando de finales del siglo XVI, estas tierras eran fronterizas. La confrontación comercial y militar entre Europa y Turquía aún no se había resuelto. La propia Viena ya había sido sitiada por las fuerzas turcas en 1529. Venecia, que también había contribuido decisivamente a bloquear el expansionismo de Constantinopla en el mar con la victoria naval en las aguas de Lepanto en 1571, se vio obligada a protegerse en tierra, en las fronteras orientales de su Estado, con un sistema defensivo que pudiera soportar un largo asedio y defender, desde tierra, la frontera oriental más vulnerable.
Palma se llama legítimamente «nova» porque lo que aquí surgió era, y sigue siendo, una fortaleza construida desde la nada, con una elegante planta en forma de estrella según las teorías en materia de fortificación más avanzadas de la época. En realidad, los franceses la llamaron «nova», después de que la Serenísima despareciese en 1797.
Aquilea
Aquilea cuenta con raíces bimilenarias y una original propensión al mar.
Visitarla requiere dar un salto en el tiempo. Sea como fuere, conviene seguir el recorrido que parte del área arqueológica del foro romano, de las excavaciones correspondientes al puerto fluvial y de las antiguas viviendas romanas, para llegar a la basílica, con sus arcos góticos, su decoración, sustancialmente del siglo XIV al XVI, su excepcional pavimento de mosaico y los dos baptisterios; terminaremos con un repentino salto hacia atrás en los siglos en el Museo Arqueológico Nacional.
Grado
Grado es su laguna, así como una ciudad-isla menos ostentosa y orgullosa que su hermana mayor lagunar (Venecia, por supuesto), pero realmente no menos encantadora. Las costas adriáticas más próximas a Mitteleuropa son, en efecto, rocosas al este, empezando por el Carso de Trieste, pero aquí, en el norte, ofrecen playas, desembocaduras de ríos y, desde luego, lagunas: una civilización aparte.
La carretera regional para llegar a Grado surca literalmente este mundo acuático. Se puede ir al volante por la carretera o, mejor aún, al manillar por el carril bici lateral, protegido por una barandilla; sin embargo, parece que viajas a ras del agua.
Más salobre que la laguna de Marano por estar menos alimentada por aguas dulces continentales, la laguna de Grado ofrece numerosas posibilidades de exploración, incluso en bicicleta, por senderos y caminos de sirga con vistas a los valles pesqueros. La amplia zona de la isla de la Cona, en la desembocadura del río Isonzo, está protegida como reserva por la región de Friul-Venecia Julia, que ha organizado en la zona una serie de senderos.
Además de los atractivos naturales, con buen tiempo se puede cruzar la laguna en ferri para llegar a la isla y visitar el santuario de la Madonna di Barbana, destino sobre todo de peregrinaciones, pero también de simples excursiones.